Ángel Burbano/ Kosakura
Hola Alexito, soy yo, Tito. Espero que llegues bien. Me rompe el corazón que me digas que te vas de un momento a otro, pero supongo que así se dieron las cosas. Ya estoy en Quito y ha llovido durante tres días seguidos, supongo que allá está cayendo nieve… Ahora mismo pienso que la memoria se raya, se distorsiona, pierde su longitud de onda, queda vacía. Pienso en los horribles nardos y en los apestosos claveles con moscas en el entierro de nuestro abuelo. Ahora que estás grande, espero que comprendas por qué tuve que irme de casa cuando el abuelo murió. Tienes la misma edad que yo cuando me fui, y comprendes lo hostil y violento que resultaba para mí quedarme aparentando no ser travesti ni maricón.
Estoy segura de que nos volveremos a ver dentro de diez o cinco años, cuando te salgan los documentos. Mientras tanto, me gustaría apretar por última vez tu pequeña mano de tres años (“como una empanadita”, le decíamos) que me hacía sentir menos sola en aquella maldita casa, en aquel maldito cuartel, en aquel maldito pueblo…

[1]Esta carta se leyó en el “Ciclo de Performances” como parte de la Exposición Raíz en el Centro de Arte Contemporáneo, el 17 de febrero de 2022, y luego en el Simposio de Estudios Hispánicos y Lusófonos de la Universidad Estatal de Ohio, en su edición de 2022.
Cuando tenías 5 años te dibujé dormido, con un monito como tu animal protector. Recuerdo que le pusiste un marco al dibujo y te lo llevaste para tu casa. Cuando fui, lo tenías en la entrada, para que todo el mundo lo viera. Tu mami me contó que te obsesionaste con el dibujo, en un sinnúmero de soportes; alcancé a ver algunos en cartón, hojas sueltas… de Michael Jackson, de Tico Tico y otros superhéroes que parecían hechos de rocas…
Cuando me fui ya no supe si volviste a dibujar…
También me acuerdo de la primera vez que fuimos a la Quinta Macají, yo tenía 14. Fue la primera vez que miraste a lo lejos un muñeco inflable y una cerveza Pilsener, ambas cosas eran estructuras colosales para tu tamaño de mono inquieto. Recuerdo que no dejabas de señalarme la cerveza con tu pequeña mano, aquella cosa inmensa y grande que estaba frente a ti…necesitabas que la viera a través de tus ojos…
Cuando llegamos, volteas asustado. Es la primera vez que sientes una distancia inalcanzable, la primera vez que te enfrentas a un abismo sin puente. Hoy, diez años después, quienes te queremos mucho te seguimos animando a vencer la mirada, para siempre.
Tenía 16 y una siembra de cadáveres emocionales, contradicciones, odio, ira, los rasgos de este maldito paisaje perenne en mi raíz. A los 16, mi materia poco a poco ocupaba el borde, con una resonancia cada vez más tenue, cada vez menos movimiento, menos vibración. El colegio militar, el castigo eclesiástico, la vergüenza y un montón de agujas que me crecían desde adentro.
Llegué tarde a verte y te encontré en pijama, llorando en la esquina del sofá. Aún pienso cómo un cuerpo tan pequeño puede considerar a otro tan deshecho y raído, como su superhéroe hecho de rocas. Ahora todo se desgarra.
La casa de la abuela se podrirá, ella morirá. Las tablas con polillas, la pintura de caucho que erosiona al sol, cada una de las palabras, como una piedra que se trocea al aire, cada átomo… entre neblina, un resto, en el aire, se escapa… las palabras que alguna vez se sostuvieron fijas en la casa de la abuela…en el aire…
Muy a pesar de que caiga medio techo o se abra un boquete, lo único que queda es una parvada de tordos, lo oculto sale a relucir. (Dice Cristina Rivera Garza)
Asumiendo que el tiempo ha pasado y has vuelto, sabrás que todos morimos un poco cuando cruzamos. Yo lo hice, todes les tortas, maricas y travas también lo han hecho, y otrxs pensadorxs migrantes…

Edouard Glissant dice que el borde es un útero, una matriz que te expulsa, un bote embarazado, tanto con vidas como con muertes, viviendo bajo la esencia de esa muerte.
Gloria Anzaldúa (1987) también cruzó la frontera, la llamó el estado de la Cuatlicue:
“Haciendo túneles a través del aire en una fotografía de doble imagen, un brazo fantasma, junto a mi carne, una dentro de su cabeza, que agrieta, que rebota, que traspasa, ella oye serpientes cascabeles, en jarras, siendo alimentadas con su carne, ella escucha la costura entre la niebla y la oscuridad, escucha sus golpes congelados, su alma encerrada, en obsidiana humeante, humeante (…). Separadas (sus cabezas), no podían visitar una a la otra y fue tan lejano de escuchar que ahora ese silencio, como un río, no puede ser retenido y todo lo inunda”.
Ya sea abismo infinito, eternidad o matriz abismal… todo se vuelve conocimiento, y ahora está en tus huesos…
Existe una estantería de huesos en el patio de la casa, pero persiste la misma pregunta en cielo abierto, de forma similar a lo que se planteaba Arendt: “¿Cómo todo en nuestra historia puede ser interrumpido por la violencia? Si la historia es un proceso cronológico, un proceso inevitable ¿cómo todo el metabolismo de nuestros pueblos puede ser interrumpido una y otra vez?”
It is carnival: I’m in Riobamba right now, with our father and your mother… there is a celebration here and your mother sings… our father, drunk as always, begins to cry. We try to tell you jokes because we know you’re alone on a strange land. Please don’t cry, little brother, here we are, your father, your mother, and your sister.
Cristina Mancero cita a Barthes, menciona que toda dominación comienza con la prohibición del lenguaje… tácita, implícita, dominación del lenguaje. También escribe: “todo modo diferente interrumpe la normalidad, el capacitismo, la tendencia de ser hábil, idolatra la normalidad y combate la diferencia y la otredad”.
Después de algunos meses hablamos por Whatsapp de forma atropellada por muchísimo tiempo. Escucho atenta cada una de las descripciones de la gran ciudad de concreto y luz, a veces se repiten, me cuentas todo rápidamente, tus proyectos, las peleas, las discotecas… por horas, de forma atropellada, rápida, atorada, por horas.
Please don’t cry little brother, here I am, your sister.

Es fácil encontrar una frecuencia de sonido similar para los dos cuando se habla desde los bordes, dentro está el orden visible, muchas metáforas de guerra que trocean el cuerpo de las hermanas trans, maricas, tortas que alguna vez cargamos a nuestros hermanitos en nuestros brazos… algunos nos odian, otros nos encontramos, como nos ha enseñado la madre negra, la madre india en medio de distintos tránsitos. Suspensos en un paisaje que odiamos, y sin embargo…
“Ese pedazo de tierra en las nubes, ese maldito paisaje, tiene piel de elefante”. (Dice Mónica Ojeda).
Antes de que te fueras te regalé mi anillo de grado, que me gané en ese colegio de mierda. Supongo que como es de oro podrás venderlo si te pasa algo en esa tierra tan lejana. Quiero decirte que claro que nos volveremos a ver, hermanito, tal vez ya no en este tiempo lineal, pero nos volveremos a ver. No sé si es importante esta raíz, no sé si es más importante el movimiento. Pero, a pesar de que las moléculas de mi carne sean sustituidas por rocas,
“here I am, your sister…”
En diálogo con:
Anzaldúa, G. (1987). Borderlands. San Francisco: Aunt Lute.
Arendt, H. (2005). Sobre la violencia. Madrid : Alianza Editorial.
Garza, C. R. (2016). Había mucha neblina o humo o no sé qué. México : Penguin Randon House.
Glissant, É. (1928). Poetics of Relation. Michigan: University of Michigan Press.
Mancero, C. (2016). Aclarando mi garganta. Barra Espaciadora , 1-16.
Ojeda, M. (2018). Mandíbula. Madrid : Candaya S.L.