Texto de Cristina Burneo Salazar y Josep Vecino, fotografías de Marcos Moreno
Las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla pertenecen a España. Fueron “adquisiciones” estratégicas pues se encuentran en el estrecho de Gibraltar, al sur del Mediterráneo, y eran necesarias para protegerse de la piratería. Situadas en el actual Marruecos, ambas ciudades vivieron sin embargo de espaldas a África, como suele decirse, y se poblaron en cambio de hombres desterrados de España, militares castigados, presidiarios e incluso hombres revolucionarios que traían ideas emancipatorias a América.
Ceuta y Melilla fueron dos de las ciudades desde donde Francisco Franco planeó sus acciones golpistas en 1936. Las comandó desde Tetuán y Casablanca, tomando control entonces sobre territorios del protectorado español en Marruecos —ocupación española de Marruecos—, mientras ciudades como Barcelona resistían. Al ser ciudades consideradas fronterizas, Ceuta y Melilla son también fronteras de la Unión Europea, de la fortaleza contemporánea llamada Europa.
A mediados de mayo de este año, miles de personas provenientes de Marruecos cruzaron la frontera marroquí-española por Ceuta en pocos días, sobre todo entre el 17 y el 19 de mayo, primero en pateras, luego también a nado. El periodista visual Marcos Moreno, con quien Corredores Migratorios ha preparado esta colaboración, reportaba en su página web: “En los últimos dos días, unas 12.000 personas han entrado a la ciudad española de Ceuta desde Marruecos, un flujo sin precedentes.”
Uno de esos miles de personas era Abdou, el joven cuya imagen se hizo viral al recibir el abrazo de Luna, una voluntaria de Cruz Roja de España. Abdou había llegado a Marruecos desde Senegal, y se derrumbó exhausto en los brazos de Luna, sin saber, además, cómo estaba su hermano, quien también había nadado hasta allí. Abdou mira a su hermano sin aliento en la playa mientras es atendido por personal de salud. Una de las imágenes de esta galería lo muestra: Abdou, de pie, cerca de su hermano, vistiendo una pantaloneta de color naranja, y su hermano en jeans en el suelo. Ambos intentaban cruzar la frontera e ingresar a España para ayudar a su abuela en Senegal. Abdou, de 27 años, fue devuelto a Marruecos, en donde vive hace cuatro años en una habitación para mantenerse cerca de la frontera y seguir intentando.
Esos días de mayo, se ve llegar a miles de niños y jóvenes en una migración predominantemente masculina a primera vista: hay niños de siete años sin sus padres, cruzando solos. Hay jóvenes que llegan en pequeñas balsas y otros nadan hasta la playa del Tarajal, en Ceuta, con su último aliento. Usan botellas como flotadores, intentan eludir el dique y las protecciones clavadas en el mar, lo que pone en riesgo aún mayor sus vidas. Si bien parece que esta migración fuera predominanetemente masculina, las mujeres también son parte de ella, y de manera creciente. Como lo ha documentado el informe Una vida derribando fronteras. Mujeres negroafricanas y derechos humanos en Andalucía, de Alianza por la Solidaridad, “un 4,72% de los visados concedidos en 2018 tuvieron como titulares personas nacidas en toda África Negra, es decir solo 78.656 de 1.666.136 fueron para personas negroafricanas. De ellos, 2.862 fueron para mujeres, apenas un 0,17%, que en el 62% de los casos por motivos familiares (vinculados a una persona que ya residía en España). La minoría fueron vinculados a empleos o formación”. Es decir, migrar autónomamente desde el continente africano hacia España, específicamente, siendo una mujer negra es un una condena a la irregularización, el racismo y el machismo. Las mujeres negroafricanas que han migrado han llamado a esta forma de violencia “racimachismo”, como reporta este informe fundamental. En la visualidad y en las narrativas de estas migraciones, las migraciones de mujeres también son invisibilizadas.
El 17, 18 y 19 de mayo, eran militares y cuerpos de seguridad del estado (guardia civil y policía nacional), además de voluntarios, quienes recibían a las personas, lo cual se muestra como una acción disuasoria. Durante la llegada de las ocho mil personas en esos días concretos y luego de los hechos, el gobierno español interpretó su cruce como una amenaza a la seguridad española y europea, que el poder político-económico de España estaba dispuesto a defender “a cualquier precio”. A su vez, la ultraderecha española calificó el cruce como una acción coordinada y calculada por Marruecos, no como una migración de personas que deciden y necesitan irse de sus hogares para sobrevivir.
Quizás esta sea una de las razones por las cuales se demonizó el abrazo entre Abdou y Luna, sexualizándolo, distorsionándolo y denigrando el apoyo a la migración la defensa de la vida de Abdou y de los miles de personas que cruzaron. Cuando se difundieron las imágenes, la historia despertó solidaridad en todo el mundo, pero al gobierno global de las migraciones le conviene convertir el desplazamiento forzado por la pobreza en un acto criminal y “calculado”, y un abrazo, en un avance sexual de un hombre que llega a la costa desfalleciendo.
El 6 de febrero de 2014, quince personas murieron ahogadas en la playa de Tarajal mientras trataban de eludir el dique que separa Marruecos de Ceuta para ingresar en España. Nada menos que 56 agentes policiales les dispararon con 145 balas de goma mientras nadaban, por lo cual fueron acusados de homicidio, incluido el capitán de esa operación. El caso se archivó en 2015 y se reabrió en 2017.
A través de este trabajo fotográfico de Marcos Moreno desde Ceuta, hemos querido contextualizar aquella imagen viral, dotarla de la politicidad que merece, y sustituir la lectura humanitaria y asistencialista de esta realidad por una lectura política: la migración forzada desde África no se puede resolver considerando a quienes migran sujetos pasivos de ayuda. Su necesidad de migrar da cuenta de la desigualdad enorme entre Europa y una África aún ocupada. El gobierno español ha condenado a Marruecos por no reforzar el control de salida de su frontera y haber permitido el intento de ingreso de miles de personas, pero esto dista de ser un ataque planeado a Europa, como han dicho el gobierno español y la ultraderecha.
La migración a Europa vía Ceuta no va a detenerse. Si se sigue considerando que la única respuesta debe ser humanitaria y mínima, como hidratar a quienes llegan y devolverlos enseguida, tragedias humanas mayores se aproximan. No se trata ya de “crisis migratorias” que vienen y van, se trata de deslgualdades instaladas que producen un movimiento que no puede ser criminalizado. Quienes migran no son “olas” porque no constituyen invasiones súbitas, y no son responsables de producir “crisis”, por el contrario, estos desplazamientos humanos son la expresión de un orden permanente que reprime su fuerza y sus trayectorias vitales a fin de perpetuarse.
La historia de Ceuta y Melilla forma parte de la historia colonial de las Américas y de África. Si este terriorio fue una prisión para quienes promovían ideas de emancipación en el continente americano, hay relaciones transatlánticas que nos conciernen y que debemos comprender en el marco de la perpetuación del poder colonial, sostenido, entre otras cosas, en la racialización de las migraciones.
Cuando los galeones imperiales españoles salían de Sevilla o Cádiz hacia las costas de Cartagena, por ejemplo, el grito de “tierra firme” desde las alturas de los mástiles anunciaba desembarcos sin prohibición. Los hombres llegaban, bajaban y tomaban la tierra. El otro extremo de las alturas donde se hallaba la cofa que mantenía en pie al vigía eran los fondos donde traficaban seres humanos esclavizados provenientes de naciones de África. Cartagena fue una de las plazas esclavistas más grandes del mundo. El poder colonial europeo asoló África y traficó a miles de personas desde allí hasta América, siendo un gozne de muerte que unió así a los tres continentes. Abdou también pensó llegar a tierra firme, igual que los miles de personas que no ya llegan a las Américas en los galeones cuyos ancestros murieron en ellos, fueron tirados al mar o esclavizados. Sin embargo, su llegada a nado, con la fuerza de su cuerpo, viene de la historia de esos barcos enormes a quienes nadie les prohibió entrar. Los espigones en la playa del Tarajal, que hieren hoy los mares, vienen de ese tiempo profundo en donde las aguas se abrían a la modernidad para devolvernos siglos más tarde el reclamo de la Historia negroafricana. El nado de Abdou y su llegada a la costa son las aguas de la historia agitándose ante nosotros, mostrándonos ese pasado de muerte y el presente de la lucha por la vida.