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El costo de la paz

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Este probablemente sea un relato extemporáneo. Aun así, lo escribo para sacármelo del pecho, y corresponde, sí, a un episodio todavía inconcluso que quedará marcado en la historia de Ecuador y de nuestras vidas propias: el levantamiento indígena y popular de octubre de 2019. Este hecho de protesta social arrancó el 3 de octubre y empezó como un paro de transportistas. Rápidamente, se convirtió en una ola de intensas movilizaciones de múltiples sectores sociales, en especial de los pueblos y nacionalidades indígenas de este país. No voy a escribir acerca de los once días de distopía que vivimos, únicamente me voy a situar en Guayaquil y voy a pasar directo al 9 de octubre de 2019. Ahí me voy a quedar. 

Para ese día, varias organizaciones sociales se habían autoconvocado para movilizarse a lo largo de la avenida Nueve de Octubre, como lo habían hecho cada día durante el paro. Este era probablemente el día más significativo para la protesta en Guayaquil, pues coincidía con las fiestas de independencia de la ciudad, y la fecha coincidía, además, con el nombre de la avenida que había sido epicentro de estas jornadas de resistencia popular. Por supuesto, los días no eran regulares, el país se hallaba bajo un estado de excepción dictado por el gobierno, había mucha tensión, las jornadas laborales eran impredecibles, era muy difícil transportarse, mucha gente estaba en contra de los motivos del paro y por supuesto también en contra de las protestas. También veíamos perplejos, en varios sectores periféricos de la urbe, olas de saqueos ajenas a los focos mismos de protesta, un fenómeno que además de sancionable, me parece cuando menos digno material de estudio sociológico y criminológico. Esos actos fueron negados y condenados por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador: los saqueos no eran parte de la protesta.

Ese día se suponía, además, que llegaría a la ciudad una caravana de indígenas –caravana que nadie nunca vio ni reivindicó– con la cruenta intención de destruir la ciudad, y era un cataclismo que no se podía permitir, decían quienes aseguraban que llegaría. Ante tan “vil amenaza”, las autoridades locales rápidamente armaron un frente cívico para defender Guayaquil. De modo muy veloz, se habían creado un enemigo y un hecho para justificar la defensa vehemente de la ciudad. El ex alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, instó a los pueblos indígenas en camino a “permanecer en el páramo”. Así, el 9 de octubre de 2019, en una ciudad políticamente desmovilizada, tuvo lugar una “contramarcha” para responder una amenaza a la ciudad que no se dio nunca. Fue la denominada “marcha blanca”. Temprano, por un costado de la Nueve de Octubre, empezaron a aparecer parlantes, pantallas gigantes y tarimas. Por el otro, se habían empezado a juntar desde las 8:30 de la mañana miembros de organizaciones sociales, bases populares, feministas y ciudadanía independiente unida en grito de rechazo contra las medidas de ajuste económico anunciadas por el gobierno.

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Fotografías de portada y Galería: Tatis Jiménez

La movilización convocada por los sectores populares inició sin “mayor novedad” que un centro de la ciudad completamente militarizado: era imposible decir la cantidad de elementos de las fuerzas armadas que estaban allí desplegados, pero se contaban por cientos. La manifestación avanzó pacíficamente por la avenida Nueve de Octubre entonando canciones, recitando consignas y levantando carteles en relativa calma hasta más o menos las 11:30 de la mañana, cuando, a la altura de la avenida Boyacá, la esperaba ya un cerco policial. De un momento a otro, se desató el caos. 

Varios videos caseros grabados desde los edificios del sector dan cuenta de lo ocurrido: las fuerzas armadas repentinamente lanzaron gases y motocicletas para dispersar la protesta, grandes nubes de esos gases ensombrecieron la avenida, y cientos de personas no pudieron sino empezar a correr desesperadamente. Quien trataba de reincorporarse a la avenida era fuertemente reprimido. Luego de esto, es difícil decir qué ocurrió primero, la secuencia de los hechos es imprecisa, pero la velocidad de la comunicación digital y el trabajo de los medios de comunicación alternativos y comunitarios nos dejó apenas fragmentos grabados en la retina. Por ejemplo, estaba el alto funcionario diciéndole a los militares: “bota a esos otros hijueputas para allá”, mientras señalaba a una parte de la manifestación popular que aún cantaba. Estaba también un grupo de al menos ocho policías que le daban de toletazos a un hombre solo en el piso; estaba el grupo de tres policías que atacaba con brutalidad a dos mujeres indígenas; estaba el grupo de manifestantes que atacaba a un policía que patrullaba la zona en bicicleta; estaban los policías que empujaron a un joven al borde de una vereda y lo golpearon mientras quienes filmaban desde el balcón gritaban desesperadamente que no lo agredieran más; estaba el grupo de policías enfrentándose a golpes contra los militares. No nos hicieron falta invasores “foráneos”, nosotros solos nos bastamos para el cataclismo.

El cometido estaba cumplido. Aunque el costo hubiera sido la violencia, la vejación, la brutalidad, personas heridas y detenciones, en nombre de la paz la avenida Nueve de Octubre fue despejada. Policías y militares cercaron y controlaron todas las calles de acceso y se reservaban el derecho de admisión: el dress code para pisar la avenida era ir de blanco. De a poco empezó a llegar gente a la marcha organizada por la municipalidad. Mientras tanto, los manifestantes de la marcha popular que no se habían retirado del centro luego de la represión fueron cercados en un perímetro de aproximadamente cuatro cuadras atrás del parque Centenario. Ahí, en medio de la indignación, de la impotencia y de la humillación de ser tratados como ciudadanía de segunda clase, expresaron su hartazgo gritando consignas en contra de las medidas económicas que motivaron las movilizaciones desde un inicio.

Yo no pude más. Había un límite de gas que podía soportar, así que junto con una fotógrafa y tres mujeres más, tuvimos que hablar con los policías del cerco. Tuvimos que pedirles salir del cerco argumentando que somos abogadas, fotógrafas, defensoras de derechos, que no representábamos ningún peligro, así que pudimos pasar, lo cual no dejaba de ser un privilegio: mucha gente no podía salir de ese mismo cerco porque se la consideraba peligrosa, por tanto, su movilidad quedaba restringida. Bajamos hacia Malecón por una calle paralela a Nueve de Octubre mientras veíamos en línea la transmisión de la marcha blanca,la de la paz, la marcha en apoyo al gobierno. Caminemos rápido, nos decíamos, que se ve en los medios que esto está abarrotado. Sin embargo, al pasar por Boyacá, nos percatamos de que a esa altura la avenida Nueve de Octubre estaba vacía. Había allí apenas unas cuantas personas caminando esporádicamente. Nadie nos lo contó, nosotras lo vimos en vivo y en directo: la convocatoria que en cadena nacional parecía apoteósica y multitudinaria, apenas había llenado dos cuadras de la avenida Nueve de Octubre.

Quedaba retratada esta ciudad: en el corazón de la urbe regenerada, los de blanco, y replegada a la periferia, la gente que consideran los otros. Irónicamente, el día que conmemoramos la independencia nos fuimos de bruces con los rezagos coloniales más vigentes que nunca. Allá, atrás, fuera del foco de las cámaras, se encontraban cercados esos a quienes seguramente llaman “resentidos sociales”, sin que nos importe siquiera cuestionar qué significa eso o si, quizás, en efecto les hemos dado motivos para el resentimiento. 

El paro terminó con un acuerdo, se derogó el Decreto 883 y el país rápidamente pretende volver a la normalidad, tanto como nos lo permiten las hondas heridas que tenemos por sanar y sin visos de real restauración del tejido social. Por su parte en Guayaquil empezaron ya los reconocimientos y condecoraciones para miembros de la Policía Nacional, pretendiendo instalar como verdad que aquí no ha pasado nada, y eso no tiene otro nombre más que impunidad. Eso no es paz, necesitamos conocer resultados de las investigaciones por los abusos y los excesos de la fuerza pública porque no hay paz sin justicia social, no hay paz en la arbitrariedad.

Soledad Angus Freré

Abogada, feminista y articulista de opinión.

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