Hay fronteras menos evidentes que otras en el día a día. Marfa es una ciudad del condado de Presidio. Hay una serie en Netflix, I Love Dick, que la retrata. Allí, aparece algo que no es hiperbólico en esta pequeña ciudad de dos mil habitantes: es un destino del arte contemporáneo más elevado de Estados Unidos, cafés de $8, hoteles de hiperlujo, y a la vez convive con el pueblo mismo de Marfa que siempre ha estado ahí. A través del trabajo artístico y el relato de Saúl Hernández Vargas, podemos conocer estas dos ciudades en una, que conviven entre el aesthetic comfort y la cultura popular mexicana del borde.
Saúl Hernández Vargas expuso en Houston un video lírico titulado Space Oddity que trabaja en torno a los titulares de periódico y la palabra alien, usada en inglés tanto para los extraterrestres como para los extranjeros. Allí, usa pietaje del cementerio de La Merced y Blackwell School, dos lugares de Marfa fundamentales para entender Texas. «Ilegal aliens coming out of manholes in El Paso» o «Cannibalism, aliens, and cartels» son titulares que el trabajo lírico transforma en versos que pasan sobre las imágenes.
Llegamos al cementerio de La Merced. La parte que pisamos primero es colorida. Los altares en las tumbas están adornados con flores naturales o las características flores de metal de la región; figuras de mascotas que acompañan a los muertos en su descanso; banderas de aquí y de allá; cipreses. A medida que avanzamos, vemos una separación de alambre de púas que abre otro estilo funerario: las lápidas son de piedra clara y están rodeadas de maleza seca. En Texas, se vivió la segregación por costumbre hasta la década de 1970. El primer cementerio que vimos es hispano, el segundo es de blancos. Hay vallas que dividen también a los muertos.
En medio del lacerante sol del desierto y la tierra levantada por el viento aparece un Camaro rojo antiguo. Es un voluntario del cementerio que llega como en una película: de la nada, aparece en el camino de grava. Nos confirma que La Merced está racialmente dividido. Aunque haya entierros blancos pobres y grandes tumbas hispanas, prevalece la segregación racial. Él es de origen mexicano y ya compró su tumba allí, nos dice. «Por dos personas son $500.» Le pregunto por las cruces sin nombre que vemos en el cementerio hispano. Pueden ser personas que murieron por sobredosis de sustancias, el cementerio era lugar de consumo, explica. Sus familiares no ponen nombres para que no les identifiquen la policía ni la comunidad. La patrulla fronteriza vigila dentro del cementerio, sugiere este undertaker de Camaro rojo. La vigilancia está muy interiorizada, la omnipresencia de la Border Patrol funciona.
Blackwell School: la segregación hispana
Al visitar Marfa, se hace evidente que la segregación racial coexistió con la administración de las migraciones y que tanto la segregación de la población negra como la segregación de facto de la población mexicana compartían realidades de exclusión. Al volverse ley, el modelo de segregación racial tuvo que expandirse a las migraciones, aunque en estas no rigiera por norma, sino por costumbre, que es como se llama al racismo naturalizado. Hoy, es antigua norma de segregación se extiende a las migraciones llamadas «latinas» en general.
A través de la escuela primaria Blackwell, Marfa permite ver cómo el modelo racista de la segregación se reprodujo para mantener a la comunidad mexicana subordinada al inglés y a la cultura blanca tejana. «Si hablábamos en español nos metíamos en problemas», cuenta una ex estudiante de la escuela en los testimonios recogidos hoy por la fundación que guarda esta historia.
La Blackwell School funcionó como una escuela para niñes de ascendencia mexicana. La educación para elles había empezado hacia 1880, pero el edificio de la escuela se construyó en 1909. Las escuelas de Marfa se integraron al sistema educativo general en 1965, así que la segregación de facto duró casi un siglo.
El edificio original de la escuela, situado lejos de los bares de estética instagrammer, es un testigo. Sus muros guardan la memoria de la época de la población separated but equal que dominaba la cultura de formas aún no narradas hasta hoy. Es una casa de una planta, tejada, con una pequeña puerta de madera de ingreso. Hay un rótulo antiguo con su nombre y un caballo pintado en negro. Dice: 1889-1965.
En la web de Blackwell School se escuchan relatos de ex estudiantes al visitar su antigua escuela en un reportaje de ABC. Narrados en inglés, se despliegan mientras aparecen fotografías del equipo de básket, el de vóleibol, una vida escolar segregada pero rica; una comunidad separada del resto pero que ha sido capaz de construir su propia memoria fronteriza. «Yo no sabía que vivía segregado, ni siquiera sabía lo que significaba esa palabra», dice Mario Rivera, décadas después de haber pasado por Blackwell: «aquí aprendes a muy temprana edad que no te quieren donde vives».
En el reportaje, Jessy Silva recuerda el funeral que hicieron para el español en la escuela. En inglés, escribieron en un papel «Nunca hablaré español de nuevo» y lo colocaron en un pequeño ataúd. «Yo aprendí aquí lo que era el racismo», continúa. Al ver los pequeños pupitres, aparece la imagen espectral de cientos de niñas y niños perdiendo sus sonidos, sus canciones, su memoria, en este disciplinamiento. La lengua negada.
Décadas más tarde y al empezar a recuperar la memoria de Blackwell y convertirla en un museo, un grupo de ex estudiantes hizo un ritual inverso: desenterraron el ataúd donde estaba sepultada su lengua, para honrarla junto con su herencia. Cuánto habrán sanado ese día las niñas y los niños que un día fueron esas personas que hoy tienen 70, 80 años. Esa niñez, la lengua negada y luego rescatada.
Si la segregación de facto se dio a través de la educación y fue un modelo de acogida, ¿qué les esperaba, qué les espera a las comunidades migrantes que van llegando a Estados Unidos a través de Texas? ¿Cómo desmontar este modelo si no es narrando ladrillo a ladrillo lo que hizo con las migraciones?
We become the drought–
the parting tongue–
or the last ditch escondite
J.D. Pluecker, Ford Over
Nos convertimos en sequía–
lengua de despedida–
o el último escondite ditch
J.D. Pluecker, Ford Over