Isabel González Ramírez (Colombia) y Cristina Burneo Salazar (Ecuador), Corredores Migratorios
En el campamento que se ha improvisado fuera de la agencia de ACNUR en Quito, en la calle Whymper, cerca de 100 personas de origen nacional colombiano entre mujeres, bebés, niñxs, jóvenes y hombres. Están demandando protección internacional porque la violencia les ha seguido hasta Ecuador. En este país, el conflicto aún está oculto. No se sabe que las personas refugiadas pueden sufrir persecución en los semáforos de Quito, que los vienen a buscar hasta acá bandas criminales, grupos paramilitares o ex guerrillas. Que llegar a este país no es garantía de nada pues la guerra en Colombia no ha terminado, mucho menos para las personas en situación de refugio
En Quito, hay una protesta social afuera de ACNUR, la Agencia de la ONU para Refugiados, hace ya semanas. En el barrio residencial de la calle Whymper se asienta un grupo de personas en peligro de muerte. “Estamos bajo amenaza.” Su protesta social permanente reclama que los gobiernos involucrados, Ecuador y Colombia, y ACNUR, les destinen a un tercer país. Colombia les ha dicho que ya no es problema suyo si deciden irse. Están en grave situación de abandono.
Nos dicen:
Demandamos protección internacional porque somos víctimas del conflicto armado. La amenaza que se cierne sobre nosotrxs proviene de Sinaloa, de las FARC, de ELN, de los Urabeños. Fuera de este campamento en la calle, nuestra vida corre peligro, no podemos irnos. Entre nosotras hay mujeres secuestradas y violadas, hemos vivido algo que nadie puede imaginarse. Tenemos familias enteras desaparecidas. Y cuando vinimos a protestar, vino la policía antidisturbios. Aquí en la Whymper le echaron gas pimienta hasta a un bebé de siete meses. ¿Quién llamó a la policía? Por eso nos encadenamos aquí, no podemos irnos porque nos van a matar, tienen que enviarnos a un tercer país.
Los recursos para personas refugiadas, la dimensión de la violencia que viven, la guerra colombiana en Ecuador: no conocemos esta realidad, pero tenemos que nombrarla, narrarla y verla. Está explotando. Las personas refugiadas no migran por elección propia, huyen de la violencia, de los secuestros de sus hijxs, de la violación, del tráfico forzado de drogas. Y cuando logran huir, se ven sin derecho a la educación ni a la salud; no consiguen trabajo por el racismo y la xenofobia, quedan en limbos que le costarían la vida a cualquiera.
Claudia, Ingrid, Mónica, dan sus testimonios en espera de ser escuchadas y de que quienes vamos a hablar con ellas podamos hacer pública su denuncia. Claudia fue parte de la Mesas de Víctimas en Colombia y hoy forma parte de la organización que este grupo representa: FICOEX, Fundación de Colombianos en el Exterior: “La tarjeta de refugio cuesta $25. Cuando llegamos, recibimos $60 y con eso nos vamos a dormir a un cuarto hasta 10 personas. No hemos sabido del embajador aquí, pero a las personas con refugio no nos llegan los fondos.”
La violencia del conflicto colombiano no conoce fronteras. Quienes la han vivido y se han visto en la urgencia de irse y refugiarse en Ecuador experimentan nuevamente violencias sistemáticas del Estado. Mujeres líderes de procesos comunitarios, defensoras de derechos humanos, dirigentes sociales, ya no pueden vivir en Colombia. Nos preguntamos qué protección reciben, cuál es la función de ACNUR y por qué interpelan a la agencia, por qué no responden entidades como Cancillería.
Las familias refugiadas tienen que renovar la visa de protección internacional cada tres meses al verse abandonadas por el Estado colombiano, lo cual refleja también que el conflicto ha desbordado sus límites formales e informales: no hay manera de contenerlo. ¿A qué podemos apelar en una situación así? ¿A la solidaridad latinoamericana, a la condición migrante de nuestros países? Es claro que el conflicto colombiano afecta a toda la región de todas las maneras posibles, expulsa permanentemente a miles de personas y provoca muerte de forma masiva dentro y fuera del país. Las mujeres con las que hablamos son contundentes: salimos de Ecuador hacia un tercer país o saldremos entre cuatro tablas si nos alcanza la muerte. ¿Hasta dónde hay que huir para dejar de ser víctima de esta violencia sin fin?
Mientras hablamos con ellas, las mujeres organizan al grupo para cantar el himno nacional de su país. “Cesó la horrible noche”, dice uno de sus versos. Pero esa noche nunca cesa en Colombia. En donde esté una persona colombiana, sabe que su sueño no será tranquilo, que su vida estará en vilo por largo tiempo, y que esa sensación de incertidumbre se le planta en cualquier lugar donde esté. Cada vez más, somos esa horrible noche que no cesa. Pero el campamento sigue en pie.
Estas personas requieren de nuestra solidaridad; pañales, cobijas, comida, ropa para bebes, etc. Pueden depositar directamente en el campamento frente a las oficinas de ACNUR (Whymper 28 – 39 y Francisco de Orellana).
Esta es una publicación en colaboración entre Corredores Migratorios, Periodistas Criticxs y la Tecla-R